A la luz de los recientes acontecimientos y en 2010, decir todas estas cosas es una verdad de perogrullo. Así que simplemente mejor limitarse a darle la razón a quienes en 1973 ya decían cosas como estas:
Algunos afirman que dentro de unos años tendremos un terminal en nuestras casas como hoy tenemos teléfono; que viviremos en una sociedad sin moneda en la que todas las transacciones se registrarán por medio de terminales, cargándose o abonándose automáticamente el importe en la cuenta correspondiente. ¿Por qué no? Con un terminal en casa se pueden hacer muchas cosas
[…]
Pero lo importante es quién será el dueño de la información accesible desde el terminal, quién decidirá lo que es accesible y lo que no lo es. En la sociedad sin moneda podremos ir por la calle sin nuestro billetero, substituido por una simple y ligera tarjeta de identificación; pero en algún lugar podrán quedar registrados, a través de los terminales, todos nuestros pasos, sin posibilidad de evitarlo ni de rectificar. Según esto, todo lo que hagamos podrá ser, quizás, utilizado en contra nuestra. Perspectivas apasionantes y también inquietantes. El futuro de la informática se decidirá fuera de la informática misma.
“Los Ordenadores” de Biblioteca Salvat de Grandes Temas, 1973.
Y a quienes allá por los ’80, con mayor lucidez y perspectiva, preveían el futuro de la educación digital mucho mejor que los funcionarios gubernamentales actuales:
Una vez que tengamos sistemas —de computadoras— en cada hogar, cada una de ellas “colgadas” a enormes bibliotecas, donde cualquiera pueda realizar cualquier pregunta y se le den respuestas, y se le brinde material de referencia, que sea algo en lo que tú estás interesado en saber desde una temprana edad, más allá de cuán tonto le pueda sonar a otro, eso es lo que a ti te interesa. Y preguntas… y puedes averiguar… y haces un seguimiento… y lo puedes hacer en tu propia casa a tu velocidad, en tu dirección ¡a tu propio tiempo! ¡en ese entonces todo el mundo disfrutará de aprender! Hoy en día lo que el mundo llama aprendizaje se da a la fuerza, y todos están forzados a aprender lo mismo el mismo día, a la misma velocidad, en clase, y todos somos diferentes, para algunos va muy rápido, para otros muy lento, para otros va en la dirección errónea […]Isaac Asimov en “El Mundo de las Ideas”, de Bill Moyers. 1988
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