Hace cincuenta años, el periodista estadounidense Edward Murrows, quien luego sería retratado en la película Buenas noches y buena suerte (2005), afirmó en un discurso frente a Asociación de Directores de Informativos para Radio y Televisión: “Como no dejemos de considerarnos un negocio, y no reconozcamos que la televisión está enfocada básicamente a distraernos, engañarnos, entretenernos y aislarnos, la televisión y los que la financian, los que la ven y los que la producen, podrían percatarse del error demasiado tarde”.
Ese “demasiado tarde” parece que ya está llegando. Una encuesta realizada en Estados Unidos por la institución sin ánimo de lucro Conference Board, revela que el 40 % de los hogares de ese país (un 20 % más que el año anterior) ya no utiliza la televisión y, si le interesa algo de ella, lo ve on line en internet. Para comprenderlo vale la pena explicar que que en España, la futura Ley Audiovisual establece hasta 29 minutos de publicidad (incluida también la autopromoción y telepromoción) por cada hora de emisión, es decir, que la mitad del tiempo que una persona pase frente al televisor será viendo anuncios. Hasta la Asociación Española de Anunciantes (AEA) llegó a pedir que se limitara el tiempo permitido de publicidad debido a que este exceso terminaría provocando un rechazo al medio, y un rechazo al anunciante que financia dicho medio.
La televisión, al menos tal y como la entendemos ahora, ese aparato que hay en el salón donde emiten una programación previamente definida por los directivos de cada canal, se muere. Lo trágico es que morirá sin haber prestado muchos de los servicios para los que hubiera podido servir. La televisión podría haber educado mediante ricos recursos audiovisuales a gran parte de nuestra sociedad (en profesiones manuales, en alfabetización en zonas rurales, en idiomas... ), desde ella podríamos haber seguido en directo el funcionamiento de nuestras instituciones y la vida política de nuestra sociedad (plenos municipales, asambleas vecinales, mítines y actos políticos íntegros...). Si la televisión no hubiera convertido las guerras en espectáculo pirotécnico y partes de bajas, podría también habernos explicado el mundo.
Pero nada de todo esto ha hecho este gran invento. El resultado ha sido la búsqueda desesperada de audiencias mediante la frivolización y la banalización, la avaricia para captar publicidad hasta provocar el hartazgo, y la simplificación de un mensaje, siempre fundamentado en la disponibilidad de buenas imágenes y no en la suficiente racionalización para explicarlas. Todo ello está llevando a la tumba a nuestro modelo de televisión.
Frente a quienes afirman que el tubo catódico solo sirve para entretener, divertir y aislar, algunos llegamos a pensar, al igual que Edward Murrows, que “la televisión puede enseñar, puede arrojar luz, y sí, hasta puede inspirar; pero sólo lo hará en la medida en que nosotros estemos dispuestos a utilizarla con estos fines. De lo contrario, sólo sera un amasijo de luces y cables”. Y esto parece que es lo que ha sucedido. Buenas noches y buena suerte.
Ese “demasiado tarde” parece que ya está llegando. Una encuesta realizada en Estados Unidos por la institución sin ánimo de lucro Conference Board, revela que el 40 % de los hogares de ese país (un 20 % más que el año anterior) ya no utiliza la televisión y, si le interesa algo de ella, lo ve on line en internet. Para comprenderlo vale la pena explicar que que en España, la futura Ley Audiovisual establece hasta 29 minutos de publicidad (incluida también la autopromoción y telepromoción) por cada hora de emisión, es decir, que la mitad del tiempo que una persona pase frente al televisor será viendo anuncios. Hasta la Asociación Española de Anunciantes (AEA) llegó a pedir que se limitara el tiempo permitido de publicidad debido a que este exceso terminaría provocando un rechazo al medio, y un rechazo al anunciante que financia dicho medio.
La televisión, al menos tal y como la entendemos ahora, ese aparato que hay en el salón donde emiten una programación previamente definida por los directivos de cada canal, se muere. Lo trágico es que morirá sin haber prestado muchos de los servicios para los que hubiera podido servir. La televisión podría haber educado mediante ricos recursos audiovisuales a gran parte de nuestra sociedad (en profesiones manuales, en alfabetización en zonas rurales, en idiomas... ), desde ella podríamos haber seguido en directo el funcionamiento de nuestras instituciones y la vida política de nuestra sociedad (plenos municipales, asambleas vecinales, mítines y actos políticos íntegros...). Si la televisión no hubiera convertido las guerras en espectáculo pirotécnico y partes de bajas, podría también habernos explicado el mundo.
Pero nada de todo esto ha hecho este gran invento. El resultado ha sido la búsqueda desesperada de audiencias mediante la frivolización y la banalización, la avaricia para captar publicidad hasta provocar el hartazgo, y la simplificación de un mensaje, siempre fundamentado en la disponibilidad de buenas imágenes y no en la suficiente racionalización para explicarlas. Todo ello está llevando a la tumba a nuestro modelo de televisión.
Frente a quienes afirman que el tubo catódico solo sirve para entretener, divertir y aislar, algunos llegamos a pensar, al igual que Edward Murrows, que “la televisión puede enseñar, puede arrojar luz, y sí, hasta puede inspirar; pero sólo lo hará en la medida en que nosotros estemos dispuestos a utilizarla con estos fines. De lo contrario, sólo sera un amasijo de luces y cables”. Y esto parece que es lo que ha sucedido. Buenas noches y buena suerte.
Pascual Serrano es periodista. Su último libro es “Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo” . Junio 2009. Editorial Península
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